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Zamora Capital del Románico

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Desde la balconada enfrentada a la Puerta del Obispo y el río, repasamos los románicos ya transitados por sus aguas, mansa y discretamente, como quien no quiere la cosa: San Miguel de Gormaz, San Baudelio de Berlanga, San Miguel de Almazán, las ermitas del Cristo de Coruña del Conde y la Santa Cruz de Maderuelo, Sacramenia, Valbuena, Retuerta, Simancas y Toro, de vez en cuando algún ignoto pariente más anciano como San Román de Hornija, mucho camino surcado para navegante tan modesto. Más tarde, muy cerca de la ciudad de Zamora, sus serpenteos darán vista a San Pedro de la Nave, otro de sus ancestros, recibirá nuevos cursos subsidiarios y se encañonará entre los Arribes, tomando aire para hacerse más agreste y más risueño, y luego desparramarse, camino del océano y las islas del Paraíso, allí donde se esconde el sol.

El románico de Zamora carece de la policromada grandiosidad granítica del Pórtico de la Gloria y su tramoya de ordo prophetarum, tampoco planta cara a los escultores que trabajaron en San Vicente de Ávila, lo más granado entre los maîtres cuisiniers de Borgoña, ni desmantela la solemnidad regia del románico leonés. Pero las piedras zamoranas son suma y sigue de todas ellas, románico de aluvión, paladeado y mecido, románico de avanzada extrema Durii, condecorado por las coqueras de sus sillares y nielado por los pasadores de plata que acicalan cada hilada, románico descansando al pie del camino, on the road por muchos años, y que ustedes lo vean, lo sientan, lo recuerden y lo añoren.

El románico de la capital zamorana abruma por su carácter híbrido y sintético, primorosa arquitectura de frontera, con acordes de solar romano y exóticas notas morunas. Capaz de poner los pelos de punta por sus arpegios francos y sus redobles de orden militar. Románico umbral de la Extremadura leonesa, enhebró ingredientes ensayados aguas arriba del Esla y se hermanó con savias castellanas llegadas desde Ávila de los Caballeros para –siguiendo la vía de la Plata– fecundar los focos salmantino y mirobrigense. La cabecera de Santo Tomé, la Puerta del Obispo, el sepulcro de la Magdalena, los capiteles del interior de San Juan de los Caballeros o el desmigado calendario de San Claudio son sólo algunos latidos que permiten auscultar el corazón de un singular conjunto románico capaz de hechizar al viajero más ajetreado.

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